La vida consagrada camina en solidaridad y esperanza

A LA VIDA CONSAGRADA PRESENTE EN COSTA RICA AL PUEBLO DE DIOS EN GENERAL

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Estimados hermanas y hermanos todos. Vivimos con la Iglesia la alegría de haber recibido la vocación de especial consagración que profundiza nuestro bautismo, de sentirnos depositarios de diversos carismas del Espíritu para favorecer el seguimiento de Cristo, y de poder compartir su misión con nuestros diversos apostolados, todo ello, para la edificación de la misma Iglesia al servicio del Reino de Dios. Lo celebramos, como cada año, en la Jornada de la Vida Consagrada, en la que agradecemos este don caminando con el pueblo de Dios.


Precisamente, el lema que ilumina esta Jornada es: La vida consagrada camina en solidaridad y
esperanza. Este caminar evoca tantos episodios de la actuación del Señor en una larga historia de salvación: el camino del pueblo de Israel en salida hacia la liberación de Egipto, el camino de Jesús al encuentro de su pueblo en la presentación en el templo, el camino de los apóstoles forjando su vocación de seguidores del Maestro hacia la pascua, el camino de la primera iglesia convocada por el Espíritu y en proyección misionera, el camino de nuestra

Iglesia hoy, del que somos protagonistas, en docilidad al mismo Espíritu. En nuestro contexto actual donde experimentamos la fragilidad, la soledad, la desigualdad que origina inequidad, violencia, descarte, la incertidumbre ante un futuro sombrío, la vida consagrada se siente llamada a responder haciéndose compañera de camino de la Iglesia, respondiendo al llamado del Papa Francisco de favorecer la sinodalidad, siendo compañera de camino de nuestra sociedad desde el testimonio de solidaridad y esperanza.

Hoy más que nunca necesitamos ser solidarios, expresarnos el cuidado de unos para otros, hacernos cercanos para vencer la soledad. Como dice el Papa Francisco en Fratelli tutti 116: pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos, de luchar contra las causas estructurales de la
pobreza, la desigualdad, la negación de los derechos sociales. En definitiva, expresar la fraternidad que nos une y que nos mueve a vivir en actitud de amistad social, con la misión
de hacer una Casa Común habitable para todos.

No estamos perdidos en un devenir oscuro. Como nos dijo nuestro querido Benedicto XVI,
que vive ya plenamente en Dios, en su encíclica Spe Salvis 31: Dios es el fundamento de la
esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca
llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza y es para
nosotros la garantía de lo que la vida que es «realmente» vida”. Entre tantas propuestas vacías, es necesario hoy ofrecer señales claras la auténtica felicidad, acompañar en el camino de
apertura al amor de Dios que nos plenifica.

El testimonio de nuestra vida consagrada es expresión y fomenta la solidaridad y la esperanza que necesita hoy nuestro mundo. La vivencia de los consejos evangélicos nos une al Señor para, desde Él, fundamentar nuestra fraternidad que vence distancias y divisiones, compartir lo que somos y tenemos sanando desigualdades, acoger en particular a los necesitados y descartados de la sociedad con nuestros apostolados. Nos permite manifestar, por gracia suya, la belleza de la plenitud de su Reino que aspiramos alcanzar y que es la razón de nuestra esperanza, de la esperanza de la humanidad.


Las características de nuestro tiempo propician en nosotros una espiritualidad de la sencillez, del empequeñecimiento, de la conciencia evangélica de ser pequeña levadura en medio de la masa del mundo. Fomentan un nuevo tipo de presencia que resalta más el testimonio de vida, el caminar con la Iglesia como consagrados en medio de un pueblo de consagrados, en misión compartida con los laicos en nuestras obras de apostolado, puesto que todos participamos de la común misión de la Iglesia. Tener claro, como nos dice San Juan Pablo II en Vita Consecrata, que se nos pide,no tanto el éxito, cuanto el compromiso de fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la perdida de la adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión.

A la vez que nos felicitamos por haber recibido este maravilloso don de la vocación consagrada, expresamos nuestro agradecimiento en las celebraciones que tenemos en esta Jornada, en cada una de nuestras respectivas Diócesis haciendo visible la sinodalidad que genera el Señor, como luz de las naciones, en medio de nosotros.

Fray Bartolomé Buigues Oller T.C.
Comisión Nacional para la Vida Consagrad

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